Con cierta frecuencia
hablamos de la importancia que tiene la palabra en la relación humana. En
nuestra cultura, decimos ser el vehículo ideal por el cual tenemos a bien comunicarnos. De
tal modo debería ser, cuando la cruda realidad bien pudiera darnos una
perspectiva un tanto negativa y diferente en el arte de
la comunicación.
Inmediatamente después
de lo expuesto, surge esta reflexión: ¿De qué sirve la palabra sabia y
ponderada si previamente desconocemos la importancia que tiene el arte
de la escucha? A partir de esta premisa, la palabra
cobra un sentido y significado en una dimensión suprema y maravillosa cómo
es la compatibilización de unas artes tan necesarias e imprescindibles
en nuestra sociedad, mediante las mismas, la especie humana puede llegar a
ofrecerse a sí misma: el arte de la palabra junto al
arte de la escucha tan necesarios en la comunicación verbal y la
escucha responsable.
A partir de estas artes,
estaremos más capacitados en el camino del entendimiento donde la palabra,
al ser escuchada y sentida, fomentará esa senda tan necesaria y fecunda
como es la del encuentro entre los humanos, pues, ahora sí, la
palabra se convertirá en ese vehículo ideal al servicio de un mundo más
comunicativo e integrador: los desacuerdos serán dialogados y razonados- serán
escuchados- antes de ser motivo de enfrentamientos. Desde la madurez que
proporciona la evolución, estaremos más capacitados en aceptar -palabra
mágica- las situaciones de desencuentro.
Recordemos que la
palabra puede llegar a alcanzar un gran poder en la relación humana en su doble
función: conciliadora o creadora de graves conflictos. El hecho
diferencial vendrá dado por el grado de madurez alcanzado por los
interlocutores. El crecimiento personal, que proporciona la evolución, será ese
contrapunto al egoísmo y actitudes desestabilizadoras donde, por nuestra
inmadurez, los convertimos en los grandes enemigos del diálogo razonado e
integrador.
La parábola de la pared: Por más que nos
empeñemos en hablar con una pared, improbablemente nos escuchará: no oye ni
escucha; nada siente, nada retrasmite, le somos indiferentes. Improbablemente
podrá sentir ni retrasmitir afecto, por más esfuerzos que realicemos. Volvemos
a repetir: no tiene oídos, por lo tanto, no escucha, nada siente, nada
retrasmite. Le somos absolutamente indiferentes.
Evitemos ser como esa
fría e insensible pared, la que demuestra desprecio e indiferencia por las
personas y su problemática. No olvidemos su existencia vacía
de sentimientos por si, en el futuro, nuestros oídos se
endurecen. Recordemos aquel día en el que, estando necesitados
de ser escuchados, unos oídos "amorosos" nos prestaron su
cálida y benefactora dedicación y atención ante una situación
conflictiva. No olvidemos a quiénes necesitan de "unos oídos de
consuelo". No lo olvidemos… No lo olvidemos a pesar de…
Beneficios de la escucha. Es un acto evolutivo y
de madurez. Crea puntos de encuentro, afectivos y de cercanía.
Inconvenientes de la no
escucha. Nos incomunica y aísla del mundo externo; potencia nuestra ignorancia al
tiempo que fomenta un preocupante grado de autismo.
¿Por qué no escuchamos? Por
vivir cegados e incomunicados en nuestro mundo interior; por la
pesada carga que soporta nuestra mochila por problemas irresueltos y, por
nuestra indiferencia o incapacidad en el arte de la escucha -entre otros
factores-.
-Mostrar desprecio por la palabra ajena, es sentir desconsideración por la
persona.
-Improbablemente podremos crear una corriente afectiva y de cercanía a
quiénes desconocemos por nuestra incapacidad e indiferencia en la
escucha.
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