¡Media hora! La situación no era novedosa, su
facilidad para complicarse la vida y ella formaban parte del mismo binomio.
Vamos, vamos. Repasa. Horno a 180°. Lubina fresca sobre lecho de patata
panadera. Un corazón en el espejo del baño después de la ducha. ¿En qué cajón
duermen las medias de rejilla?
Quince minutos. Lluvia fina de cebolla roja cala hasta
las espinas. Sal, pimienta. Se tuerce el tobillo con el tacón. No podía faltar
a la cita el pintalabios de los días en que los planes salen bien.
Diez minutos. Selfie aplicando un filtro antiojeras.
Desempolva la vajilla de las ocasiones especiales y la deposita con mimo en el
mantel de lino.
Cinco minutos. Suena el timbre. Se acomoda la falda,
se ahueca el pelo. Publicidad de unos grandes almacenes, "¿¡Me abre, por
favor!?". Resopla.
Al ritmo de las prisas las copas tintinean por el
pasillo. Aúlla el temporizador, apaga el horno, dejándolo entreabierto. Resuena
el timbre, y el ascensor, y su corazón. El tiempo se detiene.
Dos puertas se abren de forma sincronizada y cuando se
cierran las dudas salen por la ventana. Es ella. Es ella. Dos mentes con un mismo pensamiento.
A pesar de la evidencia ninguna de las dos se precipitará. Se acomodan en el
espacioso salón, cada rincón está decorado al detalle. Destaca una alacena de
madera de caoba labrada con motivos geométricos; se ha convertido con el paso
de los años en un museo que atesora todo tipo de souvenirs de países remotos, fotos amarillentas, elefantes con la
trompa hacia arriba, un atrapasueños que solo atrapa polvo, un abrecartas, una
máscara veneciana y al fondo una bombonera repleta de hilos enmarañados.
Después de un estudio exhaustivo del entorno, Julia
mira por la ventana con gesto nervioso, teme que alguien haya seguido sus
pasos, pronto se tranquiliza, hay algo en la mirada de Elena que la calma, no
tiene registrada en su cerebro esa sensación y nota que se le empieza a erizar
la piel. Respira hondo, el vino hace el resto; cuando se dan cuenta han
transcurrido casi tres horas, empieza a anochecer a la vez que en sus vidas
penetran cálidos rayos dorados.
Siguen hablando de todo y de nada, no saben si por
miedo o porque quieren alargar la conversación hacia ese horizonte que siempre
se aleja cuando le persigues. Antes de descorchar la segunda botella, Elena,
con pasos titubeantes se incorpora con suavidad, teme que al darle la espalda se
esfume como un viejo truco de magia; perderla de nuevo sería letal. Busca una
caja con forma rectangular, es de cartón con incrustaciones plateadas, en cada
una de ellas se refleja su cara de entusiasmo; la coloca sobre su regazo, abre
la tapa y saca la prueba irrefutable de su conexión, una foto manoseada unos
días, a punto de romper otros; si no hablas de algo es como si no existiera.
Miran la foto y las dos observan lo mismo, sienten que
ven doble; son dos niñas, vestidas igual, peinadas igual, de la mano, como dos
gotas de agua, la misma sangre corre por sus venas, son hermanas y es la
primera vez que las pupilas de una devuelven el reflejo de la otra.
La imagen de la foto salta al sofá, en cuerpos de
mujer siguen siendo dos niñas dispuestas a entrelazar sus manos y tejer el
futuro que una mentira les arrebató.
INMA REYERO DE BENITO
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