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Hubo un tiempo en el que la vida se medía en
centímetros, se trataba de dilucidar si era más importante tenerla larga, dos
metros y medio, o pequeña y juguetona, cincuenta centímetros.
Y en esos parámetros se movían nuestras
conversaciones; que si a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga; que si al
César lo que es del César; y Santa Rita, Rita que si nieva y después hiela la
nieve sola no se quita.
Barrios de primera, ciudades de segunda y aldeas de
tercera; el consabido entre todos la mataron y ella sola se murió.
A centímetros del colapso, ahogados en un vaso de
nieve, resbalamos sin hielo y nos lanzamos las culpas a bolazos.
Zona catastrófica mientras compramos a golpe de click;
zona catastrófica con agua caliente y cerveza fría, con tres comidas al día,
techo, ropa de abrigo; banda ancha y mente cada vez más estrecha; mente
catastrófica.
Y la nieve que hacía cuatro días era clara y sinónimo
de paraíso se volvió negra, porque siempre le toca a otros, pero ahora por
favor, que la quiten de mi puerta, que está fría y no tengo pala.
Parafraseando a Einstein solo hay dos cosas infinitas:
el universo y la estupidez humana. Y no estaba seguro de la primera.
Mientras baja el telón y el escenario se reduce a un
charco con tres botones y una zanahoria deseo para los que se lo curraron, para
los del postureo, para los policías de balcón, para los de aquí y los de allá
que este año de nieves sea, por fin, año de bienes.
INMA REYERO DE BENITO
Hojalá sea un año de bienes y la mente catastrofica sea un poco menos estupida.
ResponderEliminarLuis.- Mientras está vivo, todos lo años son de bienes: unos más y otros menos: es lo que hay que esperar, opino.
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