Un día, mientras cazaba,
encontró una cabaña que, un mendigo, llamado Penicros, había construido,
violando el edicto.
Furioso, Plousios ordenó que
colgaran a Penicros y destruyeran su cabaña; pero Penicros dijo: “si me cuelgas
antes de escuchar mi sabiduría, siempre lo lamentarás”. “¿Qué te hace pensar
que eres sabio?”, preguntó Plousios; y Penicros contestó: “porque he construido
mi cabaña en el bosque de Plousios y, por lo tanto le he encontrado, que es lo
que deseaba, pues tengo consejos que ofrecerle”. Divertido por la temeridad de
su respuesta, Plousios ordenó que montaran a Penicros en un burro y lo llevó
con él a la ciudad; y en el camino le interrogó: “Dime la diferencia entre un
buen hombre y un mal hombre”. Penicros contestó: “un hombre malvado reñía con
un hombre bueno y le decía: por cada
palabrota que me profieras te devolveré diez. El hombre bueno respondió: por cada diez palabrotas que me profieras,
no te devolveré ninguna. He ahí la diferencia entre un hombre malvado y uno
bueno; y entre un necio y un sabio”.
Impresionado por la
respuesta, Plousios respondió: “¿Es cierto que tanto en el hombre como en la
naturaleza todo crece con el tiempo?”. Y Penicros contestó: “Hay una cosa que
no: la pena”. Plousios dijo: “Se nos advierte que al enviar un mensaje tengamos
cuidado con el mensajero que enviamos. ¿Por qué?”. Penicros respondió: “porque
el carácter del enviado nos dice mucho del carácter de quien lo envía”.
Plousios preguntó: “Todo animal tiene su color, sus manchas o rayas, para
esconderse en el bosque; ¿cuál es el mejor método para que el hombre se
esconda?”. Penicros respondió: “hablar”. Plousios preguntó: “¿Cuál es el peor
tipo de hombre?”. Penicros respondió: “el que se cree bueno”. Plousios
preguntó: “¿No sería bueno que un reino durara siempre?”. Penicros contestó: “si
así hubiera sido con su padre ¿dónde estaría su majestad ahora?”. Plousios
dijo: “Los niveladores dicen que no hay diferencia entre los nobles y los
comunes. ¿Es eso cierto?”. Penicros respondió: “Hubo una vez un noble que
hablaba con desprecio a un pobre estudioso quien le respondía siempre con
términos amables. Tras repetirse esto durante un tiempo, el estudioso replicó
al final: parece que tu noble linaje
acaba contigo, mientras que el mío podría estar comenzando conmigo. En otra
ocasión un hombre de alta cuna insultaba a un sabio plebeyo: dices que mi linaje es una mancha para mí,
dijo el sabio; pero tú eres una mancha en
tu linaje”. Y Penicros dijo: “la muerte es el temor de los ricos y la
esperanza de los pobres. Hay una historia que nos cuenta una verdad más profunda
acerca de la diferencia entre un noble y un plebeyo, un rico y un pobre: Había una vez alguien parecido a Plousios y
alguien parecido a Penicros, que viajando juntos fueron emboscados por
ladrones. ¡Ay de mí si me reconocen! Dijo el que se parecía a Plousios. ¡Ay de
mí si no me reconocen! Dijo el que se parecía a Penicros”.
“Aún más: el heredero de un
hombre rico había despilfarrado el dinero, y un sabio pobre lo vio comiendo pan
y olivas. Dijo al rico empobrecido: Si
alguna vez hubieras pensado que éste hubiera podido ser tu banquete, éste no
sería tu banquete. Éstas son las diferencias. Como hombre y hombre, mujer y
mujer, ni hay ni debería haber diferencia alguna a los ojos de un rey o de un
juez, pues no hay ninguna diferencia en su naturaleza”.
Plousios preguntó: “¿Por qué
morimos?”. Y Penicros contestó: “Porque vivimos”.
Plousios preguntó a Penicros
sobre amigos y enemigos, y Penicros contestó: “mejor un enemigo inteligente que
un amigo necio”.
Plousios preguntó: “¿Alguna
vez está bien mentir?”. Y Penicros respondió: “En tres casos es permisible: en la guerra, en la reconciliación entre dos
hombres y para apaciguar a una esposa. Y
de manera más general se dice que una verdad a destiempo hace daño”.
Plousios dijo: “No eres un mendigo, eres un sabio”. Y Penicros respondió: “en efecto, pues tú has sido el mendigo
pidiéndome sabiduría. En la vida, la
razón es el piloto; la ley, la luz por la que se guía; sabiduría es reconocer
que la ley proviene de la naturaleza; y la razón es el don de la naturaleza
para el hombre. El hombre no posee garras para luchar, ni un grueso pelaje
con qué protegerse del invierno, pero puede gobernar sobre aquellos que poseen
garras y pelaje, si lo desea”. Plousios dijo: “dime qué quieres a cambio de
todo lo que me has enseñado hoy”. A lo que respondió Penicros: “se dice que
Diógenes, el filósofo, cuando el emperador Alejandro se dirigió a él, que vivía
en un tonel, ofreciéndole recompensas, respondió: sí, puedes recompensarme, apartándote, pues me tapas el sol. Pero
yo sí aceptaré una recompensa de ti: déjame
construir una cabaña en tu bosque y vivir en ella en paz”. Y Plousios, que
aquel mismo día había ordenado que colgaran a Penicros por construir una cabaña
en su bosque, le dio permiso para que viviera allí de ahí en adelante. He aquí
la recompensa de la sabiduría.
Extraído del Buen libro de
Grayling.
Que sigas ganando en
sabiduría, querido amigo/a. Un fuerte abrazo.
Juan Fernández Quesada.
Muchas gracias son enseñanzas muy profundas y me alegran el alma.
ResponderEliminarMe alegro de que te guste Mercedes. Hay que trabajar de forma continua para ganar en sabiduría, pero ésto sin el ingrediente de conectarte con tu Fuente es incompleto. El único problema del ser humano es creerse separado. Formas parte del todo. Si esto lo tienes claro, tu sabiduría está asegurada. Un besín.
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