Agudo suena a lo lejos
el
tañer de una campana
que
despide con su eco
a
pobres, ricos y parias.
Ninguna
torre los abraza
ni
es metal de pompa y fasto,
pues
cuelga de un pobre carro
por
una cuerda de esparto
que
empuña un extraño joven,
eremita
de ojos claros,
de
franca sonrisa abierta,
de
abrazo cómplice, ¡hermano!
Es
David, el Hechicero,
que
en su “Casa de los Dioses”
ha
convertido en oasis
lo
que antes era yermo.
Sobre
la ruinas de barro
que
dejaron los rebaños,
se
asienta plúmbeo y callado
el
anhelo de un foráneo
que
con solo sus dos manos
y un
corazón desplegado,
vive
de forma coherente
lo
que otros han soñado.
Ruta
de pueblos perdidos,
éxodo
de aventureros
que
encuentran en su morada
descanso
a sus pies heridos.
Arcano,
tácito y sabio,
el
éxito te persigue,
las
estrellas te cobijan,
el
Universo es tu amigo.
Has
vencido al “Goliat”
del
poder y el consumismo.
El
Camino de Santiago
sin
ti no sería lo mismo.
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