Hablamos de personas tóxicas
como si un porcentaje de seres humanos naciera con una irrenunciable reserva de
veneno, como las serpientes de cascabel, que les acompañara de la cuna a la sepultura.
Pero lo cierto es que la “toxicidad” es una cualidad adquirida, tal vez incluso
inoculada por otros contagiados, que tal vez todos, o la mayor parte de
nosotros, alimentemos en algunas circunstancias, aunque hay que reconocer que
ciertas personas se han convertido en auténticos maestros de la tortura
psicológica.
Atribuimos algunas
características a las personas tóxicas: que son muy negativas, que ahogan a los
que les rodean con su pesimismo y exigencias, que se presentan como víctimas,
que todo tiene que girar a su alrededor… Pero ese tipo de conductas suele estar
muy ligado a quienes sufren soledad o pena, quienes han sido abandonados o
creen que lo van a ser, los que buscan atención porque se sienten
insignificantes. Es decir, el veneno se crea dentro y, aunque luego se vaya
propagando al exterior, el peor efecto es para el paciente cero, es decir, la persona que lo genera. Y aunque crea
que esas estrategias son la forma de hacerse “visible” y “poderoso” en su
entorno, esas actitudes de celos, envidia, egoísmo, crueldad… le debilitan,
hacen sufrir y alejan de los demás.
Tiene que ser penoso pensar
que uno no tiene otra opción para no quedarse solo que manipular a otros,
porque siente que si los dejara en libertad no le respetarían, ni elegirían
estar a su lado: lo que subyace es que no se creen merecedores de amor y por
eso buscan como tristes sucedáneos el miedo, la lástima, el castigo o el
control. Así que el primer interesado en tomar el antídoto debería ser la
persona tóxica, aunque le parezca que ese cenagal lleno de barro y porquería es
su zona de confort y que recibe alguna forma de “recompensa” por esos
comportamientos.
Pero lo cierto es que su
actitud manipuladora puede hacer mucho daño a otras personas, especialmente a
las más vulnerables, ya sea por su baja autoestima, por su dependencia de la
opinión de los demás o por los sentimientos de culpa que van arrastrando. Tal
vez en esa subordinación y mansedumbre se escondan también la comodidad de la
inercia, la cobardía de no resistirse, la facilidad de dejar en manos ajenas la
toma de decisiones en lugar de coger el toro por los cuernos. La verdad es que
cuando yo he estado en esa situación no era del todo consciente de ella (aunque
siempre se tiene una clara intuición de que la relación no es equilibrada, ni
sana) y me sentí inerme e incapaz de poner freno a los abusos, porque se
ejercen desde una posición de poder, del tipo que sea. Entonces, el primer paso
tendrá que ser buscar ayuda para clarificar lo que pasa y por qué sucede, y
para reforzarse interiormente hasta ser capaz de enfrentar la situación.
Los síntomas del
“envenenamiento” son psicológicos, pero también físicos, si bien no se les
suele prestar atención porque está uno demasiado centrado en las alucinaciones
producidas por la “toxina”. Pero si notas un nudo en el estómago, angustia,
ansiedad, mil y un achaques, apatía, ganas de llorar, hasta caminas encogido…
cuando tienes que ir al trabajo o a una reunión, mientras dura y cuando
finaliza. Si cada vez que hablas con ciertas personas, a veces aparentemente
muy amables y preocupadas por tu bienestar, te sientes inferior, indigno,
culpable, como si no merecieras su atención… Si un ambiente se convierte en
opresor o un individuo pasa a ser el centro de tus pensamientos día y noche, y
lo único que te importa es complacerle o no defraudarle… Lo siento, pero estás atrapado en la tela de
araña.
Existen distintas
estrategias para conseguir el objetivo, que es tenerte a su merced. Lo primero
es alterar la percepción de la realidad, de forma que tú no eres la víctima
sino el culpable de la situación. Además siempre procuran que los de alrededor
compartan su óptica, vertiendo descalificaciones, opiniones sesgadas, burlas,
críticas… que pongan en entredicho tu persona y tu criterio, para que te
sientas solo, aislado, inseguro. Lo segundo, minar tu autoestima para que
asumas que tú eres el problema y que deberías agradecer que te soporten cuando
sólo eres digno de desprecio y abandono. Y, por último, que ellos son lo único que
tienes, tu tabla de salvación, de forma que fuera de sus migajas de afecto o
comprensión no hay nada, sólo un mundo hostil que te destrozaría si ellos no te
estuvieran “protegiendo”.
Una vez que uno es
consciente de ser presa de una tarántula humana, sólo queda comenzar con la
profilaxis y el tratamiento: buscar ayuda si la necesitas, poner límites,
mejorar tu autoestima y autonomía personal, tal vez aislarte del foco de
infección, ser consciente de que es la persona tóxica la que está “enferma” y
tú puedes ser comprensivo y considerado, pero no eres responsable de su estado,
ni tienes por qué aliviar su malestar con tu dolor, etc. No vale la pena
malvivir en un mundo de sufrimiento y pesimismo cuando se puede ser feliz, así
que deberíamos ir con una botellita de antídoto en el bolsillo, para evitar que
ninguna intoxicación, propia o ajena, nos quite la energía y el buen humor.
Ana Cristina López Viñuela