Cuando experimento momentos de gran agitación
emocional me veo a mi misma como un tentetieso de tamaño natural, que pasa de
un estado de ánimo a otro sin demasiado control, con un equilibrio tan
inestable que cualquier alteración de las circunstancias externas va a hacerme
tambalear. Ya desde niña me despertaba mucha curiosidad el funcionamiento de
ese juguete y siempre me pregunté por qué, si era tan fácil conseguir que se
bambolease al más mínimo roce, poco a poco, yendo de un lado para otro con
movimientos cada vez más moderados, siempre acababa recobrando el equilibrio.
Como internet todo lo sabe,
informo a los que os hayáis planteado la misma cuestión de que el mecanismo del
tentetieso se basa en principios físicos, pues su centro de masas debe
encontrarse por debajo de su punto de apoyo, por lo que se asegura que ante
cualquier perturbación de su estabilidad aparecerá un torque recuperador. ¿Lo
habéis entendido? Para los que sois de letras, como yo, viene a querer decir
que esa cualidad de volver a levantarse nada más caer y oscilar cada vez con
menos energía hasta llegar a detenerse, se debe a la forma en que está
construido.
Igual que es imposible que un
tentetieso no se mueva si se le aplica una fuerza, considero poco realista
pensar que si fortalezco mi psicología o perfecciono mi espiritualidad va a
llegar un momento en el que no me van a afectar los problemas o las pérdidas.
Aún diré más, mi objetivo no es convertirme en un ser insensible, porque
renunciar a sentir sería negar mi humanidad. No ser capaz de “padecer” dolor,
frustración, tristeza… implica que tampoco pueda “disfrutar” la alegría, el
consuelo o el éxtasis. La sensibilidad tiene su función y no tiene sentido
caparla por miedo al sufrimiento. Sólo queda aceptarla y, si acaso,
trascenderla.
Pero cuando cualquier topetazo
me hace caer de bruces o balancearme bruscamente en todas las direcciones,
dando con la cabeza en el suelo cada vez, algo va mal en mí. Y soy yo quien
debe preguntarse qué me está pasando y por qué. Mas no sólo hay que interrogar
a la cabeza y el corazón, que me responderán lo más razonable o lo que más me atrae
en ese momento, de acuerdo con mis pensamientos y emociones. También he de contar
con mi “centro de gravedad”, con esa “sensación sentida” que percibo en mis
entrañas, pero a la que no siempre presto atención, que me hace intuir si estoy
en sintonía con mi esencia.
Pienso que de la misma manera
que el tentetieso siempre vuelve a ponerse en pie porque su centro de masas es
fuerte y está bien situado, cuanto más sólido y estable sea mi núcleo
interior, menos tardaré en asumir los golpes que la vida me dé, los cambios
que alteren la situación establecida o los rozamientos con otras personas.
Cuando me enfrento a
situaciones difíciles me digo a mí misma que he sido creada, como todos los
seres humanos, con un sistema de contrapesos que hará que me levante en cuanto
toque fondo, más o menos magullada, pero viva y entera, como un tentetieso. Y
tengo la seguridad de que los demás también saldrán adelante, si confían en su
propia naturaleza. Pero creo que la forma de lograr una mayor estabilidad
personal, sin tantos vaivenes, pasa por anclarme en mi ser, dedicar tiempo a
observarme y aceptarme tal como soy.
Ana Cristina López Viñuela
¡Hola, Ana Cristina!
ResponderEliminarQué bonito. Me hace mucha gracia la imagen del tentetieso, me resulta muy graciosa y acertada para lo que explicas.
Creo que acabas de cambiar mi imagen de la intuición ;)
¡Un abrazo!