La felicidad, ¿existe, es una
leyenda creada por nosotros mismos en la cual necesitamos creer o, por el
contrario, nos involucramos en nuestro proceso evolutivo y crecimiento
personal, los que nos conducirán al bienestar y a la paz interior?
Ya desde el claustro materno, “antes”
y después de nacer, así como durante el resto de nuestra existencia, oímos
incesantemente la palabra felicidad. Su sentido queda grabado en lo más
profundo de nuestro ser, malgastando y empleando “inútilmente” unas energías en
la búsqueda de esa felicidad.
La llamada felicidad no
se adquiere, sino que es el resultado del esfuerzo continuado de una búsqueda
hacia nuestro interior, siendo éste el hecho diferencial. Debemos conocernos
sin temor a lo que podamos encontrar y a profundizar sin autoengañarnos, para
reconocer nuestros errores y posterior rectificación. Aprendamos a decir “lo
siento”, vivir con humanidad y humildad, esforzarnos en comprender antes que
criticar, tolerar para no imponer, aceptar para evitar enfrentamientos con uno
mismo –“no aceptar” comporta un sufrimiento personal, inútil e innecesario-. Aceptar
es el Dios que nos evitará tanto sufrimiento innecesario.
Implicarnos en nuestro
conocimiento y crecimiento personal equivale a dar el primer paso en el proceso
evolutivo. Debemos crecer para madurar, superar nuestros miedos, frustraciones,
egoísmos, carencias… Esta madurez alcanzada nos proporcionará paz interior y un
equilibrio emocional del que anteriormente carecíamos -con su consiguiente
sufrimiento-. Maduremos como seres humanos si deseamos una vida más plena con nosotros
mismos y con nuestros semejantes.
En ocasiones nos consideramos “felices”
cuando la fortuna, el amor y los quehaceres diarios no nos causan problemas:
todo funciona bien y parece estar controlado, domino la situación. Soy feliz.
Esta pudiera ser la “felicidad” reconocida socialmente: la que
proviene del exterior o, la que me aportan los demás.
Cuando perdemos esa clase de
felicidad porque la vida no nos es tan favorable, desaparece la falsa seguridad
y felicidad que creíamos tener. Entonces, nos encontramos con nuestra dura,
cruel y desnuda realidad: nuestro vacío interior, afectivo y evolutivo. Esa
felicidad que creíamos tener estar fuera de mí -no en mi interior-, por
consiguiente, me convierto en un dependiente del mundo externo: de la
generosidad de las personas, de las circunstancias favorables y de la suerte,
entre otros factores.
Si has aprendido a conocerte,
tendrás más facilidad para superar tus circunstancias personales adversas y
habrás crecido como ser humano: serás menos vulnerable a las
adversidades y al sufrimiento. Entonces, el bienestar estará dentro de ti -con
los consiguientes altos y bajos-, en consecuencia, serás menos dependiente de
los favores del mundo externo. Éstos dejarán de ser el sentido y la necesidad
en tu existencia.
Reflexión a modo de resumen:
Conócete, madura como ser humano, reconoce tus límites y supéralos; cobra
conciencia de tus ignorancias y errores para no repetirlos en el futuro, en una
palabra: evoluciona. Entonces te sentirás plenamente contigo
mismo. La palabra felicidad dejará de tener un sentido fundamental y
prioritario en tu existencia y, en el futuro, estarás más capacitado
para afrontar desde la madurez las situaciones conflictivas. Esta madurez es la
que te llevará a estar bien contigo mismo: lo máximo a lo que podemos
aspirar en nuestra etapa terrenal.
Un cordial saludo.
Joan Sánchez-Fortún.
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