domingo, 20 de diciembre de 2020

COMO LA VIDA MISMA – LA NAVIDAD ES UN ESPÍRITU

 


El año pasado reivindiqué en un artículo titulado “La Magia de la Navidad” el sentido de “ponerse un gorro de Papá Noel, colocar unas bolas y unas luces en un árbol de plástico, reunirse en torno a la misma mesa, abrazarse y besarse, intercambiar regalos o atragantarse deglutiendo doce uvas al ritmo de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, porque la parafernalia navideña no deja de ser un cauce para todo lo que representa la Navidad”. Y sigo pensando que no se trata de algo estúpido o baladí.

Todos esos rituales no dejan de ser una oportunidad para encauzar colectivamente un anhelo de ilusión, de compartir, de no sentirse solo… Pero en realidad esos ritos no son el único camino para expresar esos sentimientos, cuando son lo suficientemente fuertes. Igual que el agua puede  atravesar montañas y valles, crear cuevas mágicas llenas de estalactitas, formar profundos mares y lagos, llover y nevar sobre la tierra seca, viajar en nubes algodonosas por el cielo... ningún obstáculo puede impedir que el amor siga su curso.

Este año, por las especiales circunstancias impuestas por la pandemia de la Covid19, tendremos que renunciar a las reuniones familiares y de amigos, pero no a la Navidad, ni a lo que ésta representa. Tal vez nos veamos obligados a pasar estos días solos o sintiendo ausencias, pero ¿por qué no adornar la casa? ¿Por qué no darnos un capricho en la comida o la bebida? ¿Por qué no comunicarnos con los que están lejos o con los que sólo hablamos una vez al año, en estas fechas? Y, sobre todo, ¿por qué no disfrutar con los que sí están con nosotros?

A Dios gracias, la tecnología da muchas facilidades. Una videoconferencia no reemplaza a un abrazo, pero nos permite mirarnos a los ojos. Quizás haya que esforzarse más que otras veces para llevar nuestro calor a los seres queridos y nuestra solidaridad a quienes más lo necesiten, pero somos personas creativas y esas dificultades las vamos a salvar.

Este virus nos puede limitar en muchos aspectos, pero sólo nos quitará lo que nosotros permitamos que nos arrebate. Lo que está arraigado en nuestro corazón encontrará la forma de salir a la superficie. A lo mejor volvemos a enviar y recibir christmas por correo postal, escritos a mano. O nos hacemos una lista de las personas a las que queremos hablar y dedicamos un tiempo diario a llamarles por teléfono. O nos reunimos por internet distintos núcleos familiares, para seguir en contacto y sentirnos unidos. O pensamos unos regalos más personales y emotivos.

Lo importante es que no dejemos a nadie solo. Que nuestra solidaridad llegue, de forma que todas las familias tengan un pedazo de turrón que llevarse a la boca y una pandereta con la que ir marcando el ritmo de villancicos desgañitados. Y salir a las ventanas y balcones a felicitar a los vecinos. E iluminar nuestras calles. Y gritar a los que nos rodean que estamos aquí, que seguimos vivos y que pueden contar con nosotros, como nosotros contamos con ellos.

Termino este artículo igual que concluí el de 2019, manifestando “la intención de hacer eso y más, porque quiero vivir estas fiestas con la ilusión de cuando era niña y con mi corazón abierto a los demás, para que sientan cuán feliz soy de que estén a mi lado”, porque pueden cambiar las circunstancias, pero el coronavirus no es el Grinch y no va a robarnos la Navidad.

ANA CRISTINA LÓPEZ VIÑUELA

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