El año pasado reivindiqué en
un artículo titulado “La Magia de la Navidad” el sentido de “ponerse un gorro
de Papá Noel, colocar unas bolas y unas luces en un árbol de plástico, reunirse
en torno a la misma mesa, abrazarse y besarse, intercambiar regalos o
atragantarse deglutiendo doce uvas al ritmo de las campanadas del reloj de la
Puerta del Sol, porque la parafernalia navideña no deja de ser un cauce para
todo lo que representa la Navidad”. Y sigo pensando que no se trata de algo
estúpido o baladí.
Todos esos rituales no dejan
de ser una oportunidad para encauzar colectivamente un anhelo de ilusión, de
compartir, de no sentirse solo… Pero en realidad esos ritos no son el único
camino para expresar esos sentimientos, cuando son lo suficientemente fuertes.
Igual que el agua puede atravesar
montañas y valles, crear cuevas mágicas llenas de estalactitas, formar
profundos mares y lagos, llover y nevar sobre la tierra seca, viajar en nubes
algodonosas por el cielo... ningún obstáculo puede impedir que el amor siga
su curso.
Este año, por las especiales
circunstancias impuestas por la pandemia de la Covid19, tendremos que
renunciar a las reuniones familiares y de amigos, pero no a la Navidad, ni a lo
que ésta representa. Tal vez nos veamos obligados a pasar estos días solos
o sintiendo ausencias, pero ¿por qué no adornar la casa? ¿Por qué no darnos un
capricho en la comida o la bebida? ¿Por qué no comunicarnos con los que están
lejos o con los que sólo hablamos una vez al año, en estas fechas? Y, sobre
todo, ¿por qué no disfrutar con los que sí están con nosotros?
A Dios gracias, la tecnología
da muchas facilidades. Una videoconferencia no reemplaza a un abrazo, pero nos
permite mirarnos a los ojos. Quizás haya que esforzarse más que otras veces
para llevar nuestro calor a los seres queridos y nuestra solidaridad a quienes
más lo necesiten, pero somos personas creativas y esas dificultades las vamos a
salvar.
Este virus nos puede limitar
en muchos aspectos, pero sólo nos quitará lo que nosotros permitamos que nos arrebate. Lo
que está arraigado en nuestro corazón encontrará la forma de salir a la
superficie. A lo mejor volvemos a enviar y recibir christmas por correo postal,
escritos a mano. O nos hacemos una lista de las personas a las que queremos
hablar y dedicamos un tiempo diario a llamarles por teléfono. O nos reunimos
por internet distintos núcleos familiares, para seguir en contacto y sentirnos
unidos. O pensamos unos regalos más personales y emotivos.
Lo importante es que no
dejemos a nadie solo. Que nuestra solidaridad llegue, de forma que
todas las familias tengan un pedazo de turrón que llevarse a la boca y una
pandereta con la que ir marcando el ritmo de villancicos desgañitados. Y salir
a las ventanas y balcones a felicitar a los vecinos. E iluminar nuestras
calles. Y gritar a los que nos rodean que estamos aquí, que seguimos vivos y
que pueden contar con nosotros, como nosotros contamos con ellos.
Termino este artículo igual
que concluí el de 2019, manifestando “la intención de hacer eso y más, porque quiero
vivir estas fiestas con la ilusión de cuando era niña y con mi corazón abierto
a los demás, para que sientan cuán feliz soy de que estén a mi lado”, porque
pueden cambiar las circunstancias, pero el coronavirus no es el Grinch y no va
a robarnos la Navidad.
ANA CRISTINA LÓPEZ VIÑUELA
Genial Ana ,me gusta esa actutud.Tomo nota
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