¡Ha llegado otra nueva Navidad! Como todas, con sus
novedades; unas positivas, otras, no tanto. Pero con un sentimiento que
no deberíamos ignorar, cómo es el de la aceptación del tiempo transcurrido
y sus circunstancias por más dolorosas que puedan resultar, si deseamos vivir
un presente en paz con uno mismo. Esta aceptación propiciará un estado de
serenidad, pues nos permitirá vivir unas fiestas lo más plenamente posible a
pesar de la ausencia de las personas queridas.
Por su recuerdo y por el afecto compartido,
justamente, en estas fiestas Navideñas, deberíamos engalanar nuestros corazones
para dedicarles el más cálido de los pensamientos y recuerdos plenos de
sentimientos hacia ellas, antes que vivirlas con tristeza y dolor: nuestros
queridos ausentes, así lo habrían deseado. No lo olvidemos.
Estas fiestas navideñas, en las que finaliza el
año, deberían ser un punto de encuentro y de reflexión en la gestión de nuestra
existencia. Fortalecer nuestras bondades y valores, sin olvidar el deber de
cobrar conciencia de aquellas actitudes negativas que debemos modificar para
conseguir el encuentro con uno mismo, así como con nuestros
semejantes: es decir; por una mejor y más plena convivencia.
En el trascurso de nuestra existencia,
podemos reprocharnos el no haber tenido una actitud más cordial y
cercana hacia nuestros seres queridos; no haber tenido unas palabras de
agradecimiento y de afecto a quién estuviera huérfano de ellas; haber hecho
dejación de nuestros compromisos y obligaciones hacia las personas queridas o
necesitadas; no haber dicho te quiero, lo siento, así como de tantas
otras palabras y acciones de las que estando necesitadas tantas personas de
nuestro entorno por desidia e indiferencia, en su momento, negamos esas
entrañables palabras de consuelo y de afecto.
De practicar lo anteriormente expuesto en vida de
nuestros semejantes, en el futuro, nada tendremos que reprocharnos
llegado el momento de la ausencia. Ofrezcamos y demostremos
afecto y cercanía en vida de nuestras personas queridas, en el aquí y ahora,
para no lamentarnos en el futuro por el afecto que, pudiendo ofrecerles
en vida, te lo negué por mi indiferencia o desidia hacia tu persona y
necesidades; por no ofrecerte esa palabra cálida y cercana cuando más la
necesitabas. No lo olvidemos.
Deseo hacer un cálido homenaje a mi gran y querido
maestro, Juan P. Portuondo, cuando se refería a la muerte de un ser
cercano al que no supimos querer en vida; decía: ¡No llores
tanto la muerte de tu ser querido; haberlo querido en vida! Acabamos la
frase, añadiendo: para no tener que llorarle tanto después de su muerte. ¿Esas
lágrimas, subliman la carencia de afecto que le negué en vida? Hipótesis
nada despreciable.
El concepto del párrafo anterior deberíamos tenerlo
grabado en lo más profundo de nuestro ser para que jamás, jamás, jamás
pudiéramos desprendernos de él. Así iniciaremos la senda de un
profundo cambio en nuestro proceso evolutivo. No lo
olvidemos.
Navidad, punto de encuentro y de reflexión entre
aquellos corazones de bien. También, para aquellos otros qué, viviendo en la
oscuridad evolutiva y humana, enfundados en sus corazas (afectiva, autista…) se
atrevan a desprenderse de ellas: sólo sirven para protegerse de sus
carencias, complejos, miedos..., por lo tanto, dificultará el acercamiento
entre los seres humanos.
Recordemos, que la vida es una constante de sumas y
de restas. Unas personas vienen, otras se van. Días de calma, días de temporal.
Ni lo uno ni lo otro son eternos. Agradezcamos a la vida lo que nos ha dado y
aceptar las restas, será el mejor recuerdo y agradecimiento a la vida misma y a
las personas por lo que nos han aportado, sin olvidar a aquellos otros seres
humanos que, a diferencia de nosotros, jamás tuvieron nada: ni unos padres
acogedores; ni un hogar, ni un techo; ni un resquicio de calor
humano:
LOS OLVIDADOS: LOS QUE NO CUENTAN; PORQUE PARA UNA PARTE DE LA SOCIEDAD,
NI EXISTEN.
Ellos son acreedores de un perpetuo y profundo recuerdo, porque al igual
que nosotros, merecen un mundo mejor.
No lo olvidemos a pesar de…
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