Mirarlo
todo dentro y fuera de usted, y cuando algo le sucede, verlo como si le
estuviera sucediendo a otra persona, sin comentarios, sin juicios, sin
actitudes, sin interferencias, sin intentos de cambiarlo, sólo de
comprender. Cuando asuma esta actitud, empezará a caer en la
cuenta de que se va desidentificando cada vez de su "mi".
Santa Teresa de Ávila decía que, hacia el final de su vida, Dios le concedió
una gracia extraordinaria. No usa, por supuesto, esta expresión moderna, pero
solamente se trata de la desidentificación de sí misma. Si otra persona tiene
cáncer y no conozco a esa persona, eso no me afecta mucho. Si tuviera amor y
sensibilidad, tal vez le ayudaría, pero eso no me afecta emocionalmente. Si
usted tiene que presentar un examen, eso no me afecta mucho. Puedo ser muy
filosófico al respecto y decirle: "Bueno, cuanto más se preocupe, peor
será. ¿Mas bien por qué no descansa en vez de estudiar?". Pero cuando
llega mi turno para presentar un examen, entonces es diferente, ¿no es así?
La razón es que me identifiqué con el "mi": con mi familia,
con mi país, mis posesiones, mi cuerpo, mi ego. ¿Cómo sería si Dios me
diera la gracia de no llamar a estas cosas "mías"? Gozaría
del desprendimiento; estaría desidentificado. Eso es lo que significa
perderse a sí mismo, negarse a sí mismo, morir a sí mismo.
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