martes, 19 de mayo de 2020

33.- CHARLAS DE ESPIRITUALIDAD DE ANTHONY DE MELLO CHARLA 33 ABRAZARSE A LOS RECUERDOS


Eso me lleva a otro tema, a otro tópico. Pero este nuevo tema se relaciona mucho con lo que he venido diciendo y con mi indicación de ser consciente de todas las cosas que le agregamos a la realidad. Miremos esto paso a paso. El otro día un Jesuita me contó que hace varios años estaba dando una charla en Nueva York, en donde los puertorriqueños eran muy impopulares en ese momento debido a algún incidente. Todo el mundo decía toda suerte de cosas contra ellos, de manera que en la charla dijo: "Voy a leerles algunas de las cosas que la gente de Nueva York dijo sobre ciertos inmigrantes". Lo que les leyó fue realmente lo que la gente había dicho sobre los irlandeses, y sobre los musulmanes, y sobre todas las otras olas de inmigrantes que habían llegado a Nueva York años antes. Él lo dijo muy bien: Estas personas no traen la delincuencia con ellos; se convierten en delincuentes cuando se enfrentan con ciertas condiciones aquí. Debemos comprenderlos. Si ustedes quieren solucionar la situación es inútil que reaccionen con prejuicio. Ustedes tienen que comprender, no condenar". Así es como se logra el cambio en uno mismo. No condenando, no insultándose a sí mismo, sino comprendiendo lo que está sucediendo. No llamándose a sí mismo un suco (manchado) pecador. ¡No, no, no, no!

Para obtener consciencia usted tiene que ver, y no puede ver si tiene prejuicios. Miramos con prejuicio casi todas las cosas y a casi todas las personas. es casi suficiente para desanimar a cualquiera.

Es como encontrarse con un viejo amigo a quien no veía hace mucho tiempo. "Hola Tom", le digo, "Qué bueno verte" y le doy un gran abrazo. ¿A quién estoy abrazando, a Tom o al recuerdo que tengo de él? ¿Un ser humano vivo, o un cadáver? Estoy suponiendo que todavía es el muchacho interesante que yo creía que era. Estoy suponiendo que todavía responde a la idea que tengo de él con mis recuerdos y asociaciones. De manera que le doy un gran abrazo. Cinco minutos después me doy cuenta de que él ha cambiado y ya no me interesa. Abracé a la persona que no era.

Si quieren saber cuán valedero es esto, escuchen: Una religiosa de la India va a hacer un retiro. Todo el mundo en la comunidad dice: "Ah, ya lo sabemos, eso es parte de su carisma; ella siempre va a seminarios y a retiros: nunca la cambiará nada". Bueno, sucede que esta hermana sí cambia en este seminario, o grupo de terapia, o lo que sea. Ella cambia; todo el mundo se da cuenta de la diferencia. Todo el mundo dice: "Realmente has comprendido muchas cosas". Es verdad, y ellos pueden ver la diferencia en su comportamiento, en su cuerpo, en su rostro. Siempre se nota cuando hay un cambio interior. Siempre se ve en el rostro, en los ojos, en el cuerpo. Bien, la hermana regresa a su comunidad, y como la comunidad tiene un prejuicio, una idea fija sobre ella, van a seguir mirándola con los ojos del prejuicio. Ellas son las únicas que no ven en ella ningún cambio. Dicen: "Si, parece estar más animada, pero esperen: se volverá a deprimir". Y en unas pocas semanas, se deprime de nuevo; ella está reaccionando a la reacción de las otras. Y todas dicen: "¿Ven? Ya lo habíamos dicho: no ha cambiado". Lo trágico es que sí había cambiado, pero ellas no lo veían. La percepción tiene consecuencias devastadoras en los asuntos del amor y de las relaciones humanas.

Cualquiera que sea una relación, ciertamente implica dos cosas: claridad de percepción (tanta cuanta sea nuestra capacidad de ella; algunas personas discutirían hasta dónde podemos lograr claridad de percepción, pero no creo que nadie discuta que es deseable aproximarnos a ella) y precisión en la respuesta. Es más probable que uno responda con precisión cuando percibe con claridad. Cuando su percepción está distorsionada, no es probable que responda con precisión. ¿Cómo puede uno amar a alguien a quien ni siquiera ve? ¿Usted ve realmente a alguien a quien está ligado? ¿Realmente ve a alguien a quien teme y que, por lo tanto, no le gusta? Siempre odiamos aquello que tememos.

"El temor del señor es el comienzo de la sabiduría", me dice a veces la gente. Pero espere un momento. Espero que comprendan lo que están diciendo, porque siempre odiamos aquello que tememos. Siempre queremos librarnos de lo que tememos, destruir y evitar lo que tememos. Cuando usted teme a alguien, a usted no le gusta esa persona. Usted detesta a esa persona, tanto cuanto la teme. Y usted tampoco ve a esa persona porque las emociones interfieren. Bien, eso también es cierto cuando alguien le resulta atractivo. Cuando llega el verdadero amor, ya no le gustan o le disgustan las personas en el sentido ordinario de la palabra. Usted las ve con claridad y responde con precisión. Pero en ese nivel humano, sus gustos y sus antipatías y sus preferencias y sus atracciones, etc., siguen interfiriendo. De manera que debe ser consciente de sus prejuicios, sus gustos, sus antipatías, sus atracciones. Todos ellos están presentes, provienen de su condicionamiento. ¿Por qué a usted le gustan cosas que a mí me disgustan? Porque su cultura es diferente a la mía. Si yo le diera a usted algunas de las cosas de comer que a mí me gustan, usted se apartaría con asco.

En algunas partes de la India, a la gente le gusta la carne de perro. Pero otras personas, si les dijeran que les están dando filete de perro, enfermarían. ¿Por qué? Condicionamientos diferentes, programaciones diferentes. Los hindúes enfermarían si supieran que habían comido carne de res, pero a los americanos les encanta. Ustedes preguntan: "Pero ¿por qué no comen carne de res?". Por las mismas razones por las cuales ustedes no se comerían a su perro. La misma razón. Para el campesino hindú la vaca es lo que para usted es un perro. No se la quiere comer. Hay un prejuicio cultural que salva a ese animal que se necesita para la agricultura, etc.

Entonces, realmente, ¿por qué me enamoro de una persona? ¿Por qué me enamoro de una clase de persona y no de otra? Porque estoy condicionado. Subconscientemente, tengo la imagen de que esa clase particular de persona me gusta, me atrae. De modo que cuando me encuentro con esa persona, me enamoro totalmente. ¿Pero la he visto? ¡No! La veré después de casarme con ella; es entonces cuando llega el despertar. Y es entonces cuando puede empezar el amor. Pero enamorarse no tiene nada que ver con el amor. No es amor; es deseo, ardiente deseo. Usted quiere, con todo su corazón que esta criatura adorable le diga que usted la atrae. Eso le da una gran sensación. Mientras tanto, todo el mundo dirá: ¿Qué diablos será lo que le ve? pero es su condicionamiento -usted no ve. Dicen que el amor es ciego. Créanme, no hay nada que tenga una visión tan clara como el verdadero amor, nada. Es lo que puede ver más claramente el mundo. Las adicciones son ciegas, los apegos son ciegos. El aferramiento, el anhelo y el deseo son ciegos. Pero no el verdadero amor. Pero, por supuesto, la palabra ha sido degradada en la mayoría de las lenguas modernas. La gente habla de hacer el amor y enamorarse. Como el niño que le dice a la niña:
- ¿Alguna vez has sentido amor?
Y ella le contesta:
- No, pero he sentido gusto.

Entonces ¿de qué habla la gente cuando se enamora? Lo primero que necesitamos es claridad de percepción. Una de las razones por las cuales no percibimos claramente a la gente es evidente: nuestras emociones interfieren, nuestros condicionamientos interfieren, nuestros gustos y nuestras aversiones interfieren. Tenemos que enfrentar este hecho. Pero tenemos que enfrentar algo mucho más fundamental: nuestras ideas, nuestras conclusiones, nuestros conceptos. Creámoslo o no, todo concepto diseñado para ayudarnos a ponernos en contacto con la realidad acaba interfiriendo ese contacto con la realidad, porque, tarde o temprano, nos olvidamos de que las palabras no son la cosa. El concepto no es lo mismo que la realidad. Son diferentes. Por eso les dije antes que la última barrera para encontrar a Dios es la palabra "DIOS" y el concepto de Dios. Ello interfiere si no se tiene cuidado. Debiera ser una ayuda; puede ser una ayuda, pero también puede ser un obstáculo.

ANTHONY DE MELLO

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