Todos me
preguntan qué sucederá cuando finalmente lleguen. ¿Es simple
curiosidad? Siempre estamos preguntando cómo se acomodará esto en el sistema, o
si es que tendrá sentido en ese contexto, o qué se sentirá cuando lleguemos. Empiece
y lo sabrá; eso no puede describirse. En el Oriente se dice: "Los
que saben no lo dicen; los que lo dicen, no lo saben". No se puede
decir; sólo se puede decir lo contrario. El gurú no puede darle la verdad. La verdad no
se puede poner en palabras, en una fórmula. Eso no es
la verdad. Eso no es la realidad. La realidad no se puede poner en una fórmula.
El gurú sólo puede señalarle a usted sus errores. Cuando
deje sus errores, conocerá la verdad. E incluso entonces usted no puede
decirla. Ésta es una enseñanza común entre los grandes místicos católicos. El
gran Tomás de Aquino, al final de su vida, no escribía y no hablaba; había
visto. Yo creía que él había guardado ese famoso silencio durante un par de
meses, pero continuó guardándolo durante años. Se había dado cuenta que había
hecho el ridículo, y lo dijo explícitamente. Es como si ustedes nunca hubieran
probado un mango verde y me preguntaran: "¿A qué sabe?" Yo les diría,
es "ácido", pero al darles una palabra los he alejado de la
pista. Traten de comprender esto. La mayoría de las personas no son muy
sabias; toman la palabra - La palabra de las escrituras, por ejemplo. - y todo
lo entienden mal. "¿Ácido como el vinagre, ácido como un limón?". No;
no es ácido como un limón, sino ácido como un mango. "Pero nunca lo he
probado", dice usted. ¡Qué lástima! Sin embargo, usted continúa y escribe
una tesis doctoral sobre el mango. No lo haría si no lo hubiera probado.
Realmente no lo haría. Habría escrito una tesis doctoral sobre otras cosas,
pero no sobre los mangos. Y el día que finalmente usted pruebe un mango verde,
usted dirá: "¡Dios mío, hice el ridículo!" No debí haber escrito esa
tesis. Eso fue exactamente lo que Tomás de Aquino hizo.
Un gran
filósofo y teólogo alemán escribió todo un libro sobre el silencio de Santo
Tomás. Sencillamente guardaba silencio, no hablaba. En el prólogo de su
Summa Theológica, la cual es el resumen de su teología, dice: "Sobre
Dios, no podemos decir lo que es, sino, lo que no es. Y, por
tanto, no podemos hablar acerca de cómo es, sino de cómo no es". Y en su
famoso comentario sobre la obra de Boecio de Sancta Trinitate, dice que hay
tres maneras de conocer a Dios: 1) En la creación. 2) En las acciones de Dios
en la historia y 3) en la forma más elevada de conocimiento de Dios tamquam:
ignotum (conocer a Dios como lo que no se conoce). La manera
más alta de hablar sobre la Trinidad es saber que uno no sabe. Ahora, no
se trata de un maestro Zen oriental hablando. Se trata de un santo canonizado
por la Iglesia Católica Romana, del príncipe de los teólogos durante siglos.
Conocer a Dios como lo que no se conoce. En otro lugar, Santo Tomás llegaba a
decir: como lo incognoscible. La realidad, Dios, la divinidad, la
verdad, el amor son incognoscibles; eso quiere decir que no se pueden
ser comprendidos por la gente discursiva. Eso solucionaría muchas preguntas que
hace la gente porque siempre vivimos con la ilusión de que sabemos. No
sabemos, no podemos saber.
Entonces,
¿Qué son las Escrituras? Son una sugerencia, una pista, no una descripción. El
fanatismo de un creyente sincero que cree que sabe, causa más daño que los
esfuerzos aunados de doscientos bandidos. Es aterrador ver lo que los
creyentes sinceros pueden hacer porque creen que saben. ¿No sería
maravilloso que tuviéramos un mundo en el cual todos dijeran: "No
sabemos"? Caería una gran barrera. ¿No sería maravilloso?
Un ciego de
nacimiento me pregunta: ¿Qué es esa cosa que llaman verde?". ¿Cómo se
le describe el color verde a un ciego de nacimiento? Se usan analogías.
Entonces digo: "El color verde es algo como una música suave".
"Sí", le digo, "música sosegada y suave". Otro ciego me
pregunta: "¿Qué es el color verde?". Le digo que es suave como el
raso, muy sosegado y suave al tacto. Al día siguiente me doy cuenta de que los
dos ciegos están peleando a botellazos. El uno dice: "Es suave como la
música"; el otro dice: "Es suave como el raso". Y así sigue la
cosa. Ninguno de los dos sabe de qué se está hablando, porque si lo
supieran, se quedarían callados. Así es de grave el asunto. Es peor aún,
porque digamos que un día el ciego ve, y se sienta en el jardín y mira
alrededor, y usted dice: "Bueno, ahora usted sabe cómo es el color
verde". Y él le responde: "Es verdad, lo oí un poco esta
mañana".
La verdad es que usted está rodeado de Dios y no ve a Dios porque
"sabe" acerca de Dios. El obstáculo
final para la visión de Dios es el concepto que usted tiene de Dios. No encuentra
a Dios porque cree que sabe. Eso es lo terrible de la
religión. Eso es lo que los evangelios decían, que la gente religiosa
"sabía", de manera que eliminaron a Jesús. El más alto
conocimiento de Dios es conocerlo como incognoscible. Se habla
demasiado de Dios; todo el mundo está cansado de oírlo. Hay muy poca conciencia,
muy poco amor, muy poca felicidad, pero tampoco usemos esas palabras. se renuncia
muy poco a las ilusiones, a los errores, a los apegos y a la crueldad, hay muy
poca conciencia. el mundo sufre por eso, no por falta de religión. Se supone
que la religión versa sobre una falta de consciencia, de despertar. Miren en
qué hemos caído. Vengan a mi país y véanlos matándose por las religiones. Esto
lo encontrarán ustedes en todas partes. "El que sabe, no dice; el que
dice, no sabe". Todas las revelaciones, por divinas que sean, nunca son
más que un dedo que señala la luna. Como decimos en el Oriente: "Cuando
el sabio señala la Luna, el idiota no ve sino el dedo".
Jean
Guiton, un escritor francés muy piadoso y ortodoxo, agrega un comentario
aterrador: "Con frecuencia utilizamos el dedo para sacar los
ojos". ¿No es terrible? ¡Conciencia, conciencia, conciencia! En la conciencia
está la curación; en la conciencia está la verdad; en la conciencia está la
salvación; en la conciencia está el amor; en la conciencia está el despertar. Conciencia.
Necesito
hablar sobre las palabras y los conceptos porque debo explicarles por qué, cuando miramos un árbol,
realmente no vemos. Creemos que vemos, pero no vemos. Cuando
miramos a una persona, realmente no la vemos, sólo creemos que vemos.
Lo que vemos es algo que fijamos en la mente. Recibimos una impresión y
nos aferramos a ella, y seguimos mirando a la persona a través de esa
impresión. Y hacemos esto con casi todo. Si ustedes comprenden eso,
comprenderán la amabilidad y la belleza de ser conscientes de todo lo que los
rodea. Porque la realidad está ahí; "Dios", sea lo que sea,
está ahí. Todo está ahí. El pececito en el océano dice: "Perdón,
estoy buscando el océano. ¿Puede decirme dónde lo encuentro?". Patético, ¿verdad?
Si sólo abriéramos los ojos y viéramos, entonces comprenderíamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario aparecerá una vez revisado por el moderador de la página. Gracias.